miércoles, 14 de agosto de 2013





Unos cuantos relatos que nos pueden inspirar en el trabajo

                                                              Cabo cañaveral

 

En los comienzos de la carrera espacial, J. Kennedy hizo una visita a la NASA en Cabo Cañaveral. Le presentaron a muchos científicos e investigadores. Le presentaron a las hombres cuya máxima ambición era conquistar el espacio. Le presentaron a administradores y a muchas otras personas cuya contribución al proyecto fue inmensa. Hombres y mujeres que sentían con orgullo que cumplían una meta y un destino.

Mientras se dirigía a su limusina, se tropezó con un negro encorvado y de cabellos grises, con un cubo en una mano y una fregona en la otra. Parecía una pregunta superflua, pero el presidente le preguntó cortésmente: “¿y que hace usted aquí en el Cabo?

Enderezando la espalda, el empleado de la limpieza miró fijamente al presidente y con una voz que denotaba un fuerte sentido del orgullo y de la dignidad, contestó: “señor, estoy haciendo lo mismo que todo el mundo: trabajar para llevar al hombre a la luna. Eso es exactamente lo que estoy haciendo aquí.

 

Construir una catedral

 

Un buen día un hombre caminaba por un pequeño pueblo. Al salir del mismo se encontró con una cantera y con tres cuadrillas de operarios que trabajaban en ella. Cada cuadrilla tenía un capataz diferente a su cargo. Se detuvo a observar aquel trabajo. No tardó en darse cuenta que aunque todos hacían el mismo trabajo, cada cuadrilla lo hacía en forma diferente.




 

Se acerco a la primera cuadrilla, y vio que uno de sus operarios estaba visiblemente enojado. Su cara dura reflejaba lo poco que le gustaba aquel trabajo. Picaba la piedra con desgana y la ponía sobre la carretilla casi con violencia, maldiciendo su suerte.

 

Un poco más allá, estaba una segunda cuadrilla. Se acercó a ella y vio que uno de sus operarios tenía cara de aburrido. Trabajaba sin enfado, pero también sin ánimo. Se le veía mucha desgana. Continuamente miraba el reloj y bostezaba.

 

Por último, se acercó a la tercera cuadrilla, vio un operativo que ponía una nota optimista al grupo. Se le notaba muy contento. Silbaba una melodía con mucho ánimo. Cogía la piedra con cuidado. Y avanzaba sin pausa en su trabajo.

 

Intrigado aquel hombre por la manera en que cada operario hacia el trabajo, optó por ir a entrevistar a cada uno. Se acercó al primero y le preguntó: dígame amigo. ¿Qué hace usted en la cantera? El operario se incorporó y enfadado le respondió” ¿No se da cuenta? Estoy aquí picando estas malditas piedras”. Camino un poco y se detuvo frente al segundo operario y le hizo la misma pregunta; este le respondió desganado: “Aquí estoy ganándome unos cuantos euros para mantener a mi familia”.

 

Entonces lleno de curiosidad se dirigió al tercer operario y le pregunto: dígame, amigo ¿que hace usted en la cantera? El tercer operario se irguió y con un aire ufano y con orgullo le respondió:” ¡ah señor, estoy ayudando a construir una catedral!

 

Instantes

 

Si pudiera vivir nuevamente mi vida. En la próxima trataría de cometer más errores.

 

No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más. Sería más tonto de lo que he sido, de hecho muy cosas tomaría con seriedad. Sería menos higiénico.

 

Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría en más ríos.

 

Iría a más lugares donde nunca he ido, comería más helados, y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios.

 

Yo fui una persona que viví sensata y prolíficamente cada minuto de su vida, claro que tuve momentos de alegría, pero si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos.

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, solo de momentos, no te pierdas el ahora.

 

Yo era un de esas personas que nunca iban a ninguna parte sin un termómetro, una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas, si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.

 

Se pudiera volver a vivir, comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.

Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante.

Pero ya ven, tengo 85 años y se que me estoy muriendo.      ( Nadine Star)

                                                                                                                   

La escucha

 

Al atardecer, se sentaron ambos en un tronco, junto a la orilla del río y Siddharta contó al barquero su origen y su vida. El relato duró hasta altas horas de la noche.

Vasudeva escuchó con suma atención. Escuchó todo, el origen, la niñez, todo el aprendizaje, la búsqueda, la alegría y la miseria. Entre las muchas virtudes del barquero, destacaba la de saber escuchar como pocas personas. Siddharta notó que Vasudeva, sin articular palabra, asimilaba todas sus explicaciones, con tranquilidad e interés, sin perder una sola palabra, sin impaciencia, sin críticas ni elogios: únicamente escuchaba.

Siddharta sintió la felicidad de contar con tal oyente, que se compenetraba con su propia vida, su propia búsqueda, su propio sufrimiento:

 

“Te doy las gracias por haberme escuchado tan bien. Pocas personas saben escuchar y jamás había encontrado a alguien que lo hiciera como tú”.

 

Siddharta se quedó con el barquero y aprendió a manejar la barca. El río le enseñaba continuamente. Ante todo le enseñó a escuchar, a atender con el corazón quieto, con el alma serena, y abierta, sin apasionamiento, sin deseo, sin juicio, sin opiniones

                                                                                              (Hermann Hesse)

 

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